Quintana Roo y el miedo a decir #MeToo

Por Adriana Varillas

El fin de semana pasado surgió un movimiento en redes sociales, mediante el cual jóvenes y mujeres denunciaron el acoso y abuso sexual que sufrieron por parte de escritores mexicanos, con fragmentos breves del caso, el nombre del acosador y la etiqueta #MeTooEscritoresMexicanos.

Un día después, el colectivo de Periodistas Unidas Mexicanas (PUM), difundió las denuncias de periodistas en contra de jefes, directivos, compañeros y colegas.

Ya el siete de marzo pasado, el colectivo -integrado por reporteras, editoras, fotógrafas, infografistas, ilustradoras y diseñadoras- compartió en su cuenta de twitter, un sondeo elaborado vía electrónica, del seis al 22 de febrero pasado, sobre el hostigamiento y las agresiones sexuales que enfrentan las jóvenes y mujeres que trabajan en los medios de comunicación.

El “Acoso Data, Termómetro del acoso sexual contra las mujeres en medios periodísticos”, aplicado a 392 mujeres, reveló que el 73 por ciento ha vivido alguna situación de acoso sexual en su trabajo, que va desde miradas lascivas, comentarios sexuales o albures, tocamientos y opiniones sobre su vestimenta.

El 63 por ciento de ellas identifica a sus compañeros de trabajo como los acosadores; el 61 por ciento, vio afectado su desempeño laboral; el 49 por ciento fue agredida por un jefe directo y sólo el 18 por ciento de ellas se quejó ante la empresa; un 43 por ciento fue acosada por alguna de sus fuentes; y un 84 por ciento desconoce si su medio cuenta con protocolos ante las agresiones.

Directivos que amenazan con despidos, si no se cede ante sus pretensiones sexuales; editores que condicionan la publicación de notas informativas a cambio de contactos sexuales; jefes de información que pretenden “formar” y “pulir” a jóvenes reporteras, citándolas en sus apartamentos con cerveza en mano; colegas y compañeros que pasan del galanteo, al acoso y luego a la presión para forzar un encuentro sexual, son los casos más comunes.

También son comunes el miedo, el terror y la vergüenza para denunciarlos, porque en nuestra cultura machista, la mujer siempre tiene la culpa, pese a ser la víctima.

Las denuncias difundidas provienen de todo el país y abarcan desde reporteros, hasta “vacas sagradas” del Periodismo mexicano contemporáneo.

Quintana Roo fue mencionado por al menos dos casos, de los varios que las mujeres periodistas o fotógrafas han tenido que padecer, esquivar y enfrentar o de plano callar, por temor a perder el empleo, por el pavor de ser vetadas y exhibidas o ante la indiferencia de sus propias empresas. Casos que involucran lo mismo a directores, editores, jefes de información o a compañeros.

El tema a nivel nacional sacudió al ámbito periodístico y constituye un primer paso para sacar a la luz las malas prácticas y la violencia normalizada en las redacciones, en agravio de las mujeres periodistas.

Independientemente del desenlace lo que obligadamente tendría que suceder, es que cada medio de comunicación elabore protocolos de actuación y códigos de ética, para declararse en contra del acoso hacia las mujeres, dentro y fuera de sus redacciones.

Lo segundo, acaso sea una reflexión individual y colectiva del gremio, que nos haga aliados en contra del acoso y abuso sexual y no cómplices, voluntarios o involuntarios, permitiéndonos identificar y ayudar, en lugar de enjuiciar y poner en duda.

 

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