Por Adriana Varillas
Llevamos casi dos años contando sobre la tragedia color ocre que embarga las costas del Caribe Mexicano. Y no es para menos, ya que de los arrecifes, de las playas y del turismo, viven miles de familias en Quintana Roo, que tiene un importante aporte económico para México, en impuestos y derrama turística.
Poco nos hemos centrado en hablar de los grandes esfuerzos que han hecho diversos empresarios para limpiar los frentes de playa que tienen concesionados, no sólo para salvar su negocio, sino a la planta laboral que depende de la operación de hoteles, restaurantes y bares ubicados en la costa.
No me refiero a los empresarios que en medio de la crisis, la agudizan, provocando problemas mayores al violentar las restricciones para limpiar las playas, metiendo maquinaria pesada que se lleva la arena, erosiona la playa y la compacta; no me refiero tampoco a los que recogen el sargazo y lo tiran sin ton ni son, en lugares no aptos o no definidos por la autoridad.
Tampoco hablo de las y los empresarios que so pretexto de la baja ocupación, intensifican los abusos hacia su planta laboral, los despiden, les bajan el sueldo o los mandan de vacaciones forzadas con tal de mantener sus utilidades y no perderle al negocio.
Mas bien me refiero a esos empresarios y empresarias que de inicio, construyeron respetando el marco legal y, más aún, a la propia naturaleza, optando por sacrificar número de cuartos para conservar mayor vegetación en las playas más bonitas del mundo.
Hablo de las y los empresarios que han sabido tratar con dignidad a sus empleados y antes de tomar decisiones que les perjudiquen, ven la forma de no afectar a las mujeres y hombres que trabajan para ellos y para las y los turistas.
Me refiero a las y los concesionarios de playa que tienen hoteles pequeños, pero sumamente exitosos por la calidad de sus servicios, de su trato al huésped, de su respeto a la naturaleza, de su producto único y cuidado.
Hablo de las y los dueños de hoteles que tienen pocas habitaciones, pero pagan lo mismo de impuestos que aquellos que devastaron la selva y construyeron sobre la duna; propietarios distintos a aquellos que se saltan la ley cada que pueden para recuperar sus inversiones rápidamente, sobreexplotando los recursos hasta agotarlos.
Hablo de las y los empresarios que han preferido limpiar manualmente el sargazo en las playas o utilizar maquinaria adecuada para no afectar más el ecosistema costero; de los empresarios que piensan en el desove de las tortugas, que sacrifican su ganancia para poder sacar la nómina y no dejar desprotegidos a sus empleados.
Hablo de los empresarios que en lugar de ser apoyados y cuidados, están siendo castigados permanentemente por hacer lo correcto en todo sentido.
De aquellos que se quejan válidamente de ser sangrados por infinidad de trámites e impuestos y trabas, sin que la autoridad les dé garantías ante el aumento de la inseguridad y la violencia y del recale masivo del sargazo.
Hablo del sudor y del cansancio de cada “sargacero” que, en cada paleada bajo los rayos del sol y pese al ataque de mosquitos que viven en el alga, piensa en salvar su fuente de trabajo y el sustento propio o el de su familia, de sus hijas e hijos.
Ojalá en las altas esferas se piense en todos ellos al momento de las decisiones y de los egos, del diseño de estrategias, del manejo transparente, del destino del dinero y de la justa y eficaz solución.
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