Por Adriana Varillas
De unas semanas para atrás y por causas de fuerza mayor, me ha dado por repasar los ejemplares de periódico que me hablan del Cancún de hace casi 19 años, al que llegué y en el que me quedé para forjarme futuro en un paraíso de bellezas naturales, de oportunidades laborales, de cortas distancias, tranquilidad, seguridad y paz.
Los primeros años me sentí ajena a lo que ocurría porque parecía que no era mi ciudad, porque siempre estaba la posibilidad de tomar mi maleta, mis libros y mis discos, para volver a la cuna de las libertades de donde emergí y ahí, seguir la vida, colocando a Cancún como una anécdota, como una estampa en la libreta de la vida.
Siempre estuvo abierta la puerta para volver a casa a contar sobre ese Cancún del springbreak, de los hoteles arrogantes, de las regiones llenas de carencias, de los asentamientos irregulares, del desorden urbano, de la incoherencia de su sistema de transporte, de la bendición de sus playas, de sus noches vivas y de su demencial calor.
De los empresarios negligentes, de las autoridades corruptas, de los ambientalistas, pocos pero incansables; de la academia callada, de la cultura escondida, de la sociedad desarticulada, de la comunidad ausente, de la prensa incipiente.
En esos primeros años de no pertenencia, alguien me detuvo para hacerme ver que el reto era permanecer para narrar el milagro que es esta ciudad que se construye, se destruye y se renueva cada día.
Así fui involucrándome y aprendiendo de cómo se diseñó el proyecto Cancún y de cuán importante es para México, no sólo en términos turísticos y de derrama económica, sino como una alternativa para miles de personas en busca de empleo y renacimiento.
Me enteré que aquí vivían las y los creadores de los primeros Programas de Desarrollo Urbano y de los Ordenamientos Ecológicos y los especialistas en turismo más avezados del país.
Fui aprendiendo que el cancunense se define su espíritu de libertad, de desapego, de creatividad; de quemar naves en busca de un sueño cerca del mar y de la capacidad y fortaleza para volver a empezar de cero después de un huracán, incluidos aquellos de carácter político y emocional.
Su lado bizarro, el de la degradación ambiental, la corrupción incesante, la ambición sin tregua, el de la inseguridad y violencia que ahora nos embarga, es una constante conocida, pero esta vez, no será tema.
Hoy, en su 49 aniversario, prefiero centrarme en el Cancún de los pioneros que siguen defendiendo su historia y sus espacios; en las mujeres y jóvenes que alzan la voz y reclaman sus derechos con firmeza y valentía; en las y los estudiantes que se involucran con mayor conciencia; en los empresarios responsables que existen, aunque a veces no parezca.
En la ciudadanía con cargo público que trabaja para la colectividad, no para saquear y engrosar su bolsillo; en los ambientalistas que esperan el relevo generacional, dando aun la batalla; en la academia que se dinamiza, en la cultura que empuja, en la sociedad que, aunque asustada, se manifiesta; en la comunidad pendiente, pero no imposible; en la prensa que no se rinde y sobrevive.
Sin duda hoy, son muchas nuestras sombras, pero está en cada uno el sacar su propia luz para alumbrar este Cancún que es nuestro, porque lo elegimos, alguna vez, para ser y trascender, en el mejor de los lugares de México y el mundo.
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